La obra de Gustavo Villegas se distingue por la variedad de los temas, incluyendo en otras colecciones que preceden a ésta, aspectos biográficos e intimistas de su autor, (Hilos del Sol, Azul metamorfosis de mÍ) que brotan desde la hondura de su sensibilidad, por lo que expresa, por su actitud humana y por su capacidad de iluminar todo aquello que toca o nombra, empleando la pintura como vehículo para expresar movimientos, pero siempre convencido de que sólo es un medio de compartir todo lo que lleva dentro. Esta colección es un remanso, un ritmo más ligero que se aparta de la compleja sinfonía que también a Villegas le gusta componer, es gozar de las formas geométricas para explayarse en el dominio de la técnica tanto en acuarela como en óleo, es no tener miedo a equivocarse, y disfrutar la sencillez y alegría de las formas redondas. Sutil y lúdica es la trampa que nos tiende el pintor al atraparnos con la cotidianeidad de la fruta que mordemos y tocamos a diario, elementos expresivos que se integran llenando de luminosidad y sosegada calma que nace ante la mirada del espectador.