Estas fotografías de Carlos Hoyos nos permiten descubrir, mediante una técnica refinada y una limpieza de oficio, perspectivas y elementos que el transeúnte común pasa por alto, quizás porque ha convertido en rutina aquello que debería ser emoción y asombro. Son notables los contrastes de tonos, la saturación de los colores originales, la deliberada transparencia de los espacios y la precisión de una geometría que alterna horizontales, verticales y diagonales en un juego de planos previstos y elaborados.
Acostumbrados a mirar desde abajo las esculturas de Fernando Botero, sus dimensiones sobrepasan el límite de la curiosidad personal, como si ésta se saciara apenas en la medida de nuestra pequeñez. Por el contrario, las fotografías aquí expuestas nos descubren, por ejemplo, esa Venus dormida, la sensualidad de cuyas formas es posible contemplar, ya no como orillas de un cuerpo extendido, sino como cuerpo entero que ignorábamos.
Carlos Hoyos parece recrearse en aquello trivial o aparentemente superfluo que habíamos pasado por alto en nuestra premura: la pluma en el sombrero de la Mujer vestida, o el paraguas del Hombre vestido. El fotógrafo mira desde arriba y nos entrega, entera, la figura que habíamos contemplado a medias, el objeto simple que ignorábamos.
Aquí, el privilegio de la forma se impone sobre toda otra consideración. En medio de un escenario desnudo, la imagen magnificada de la Mano se ilumina a manera de lámpara gigante, con los matices proyectados por la luz del sol. Y son también formas las sombras de los árboles, los fragmentos del piso, la franja azul del cielo de verano, o alguna persona detenida de repente, congelada por la cámara como para que allí nada se mueva, todo permanezca estático. Y visible.
Textos escritos por Aura López, Directora cultural del Museo de Antioquia.