Nacido en 1913, murió en el 2002 tras una brillantísima carrera en la que los triunfos vinieron desde su primera exposición, cuando era muy joven, siendo los críticos unánimes en el reconocimiento de este hombre genial, para el que la luz y el color no tenían secretos.
Era un dibujante extraordinario, ágil manejando el lápiz y el carboncillo, para plasmar los paisajes estupendos de Ibiza, de los puertos pesqueros del Mediterráneo, de ciudades de Europa, todos ellos tocados por la rotunda pincelada, el color y una magia muy especial, para lograr una pasta íntegra con el que convertir un blanco lienzo en un cuadro lleno de vida, sin asperezas, con los grosores precisos, logrando una creación preciosista, haciendo que en un mismo cuadro rimasen como bellos poemas las luces y las sombras, como si el sol penetrase a través de las vidrieras de una catedral gótica.
De pocos artistas puede decirse que son pintores completos, y de Ignacio Gil Sala sí podría decirse que lo era, porque no había secretos para él ni tema que se le resistiese a su vista y a sus pinceles. Viajero infatigable e insaciable, y a lo largo de sus constantes excursiones por el ancho mundo fue plasmando el movimiento de los mercados de oriente, el exotismo de los países islámicos, las pequeñas poblaciones del altiplano de los Andes, los zocos... cualquier tema, hasta el más vulgar, el cual, visto a través de los pinceles del artista quedaba como ennoblecido.
Cuando murió, nos dejó una bella herencia, que podemos ver ahora en las paredes de esta sala, que hoy se ensancha y se ennoblece con el mejor impresionismo .