El Stedelijk Museum de Ámsterdam presenta la mayor muestra en veinte años del artista ruso, fundador del Suprematismo y uno de los principales renovadores del arte del siglo XX
Con igual fuerza que un icono ortodoxo ruso, el cuadrado negro sobre fondo blanco de Kazimir Malevich (1878-1935) suscita tanta admiración como desagrado. Cuadrado negro (1915) encarna la primera gran ruptura artística con la representación, en cualquier forma, del entorno. Hasta Malevich la pintura se había entendido siempre en referencia a la realidad, aunque fuera una abstracción de la misma. Su propuesta, sin embargo, es lo que se ha llamado Arte Concreto: un tipo de pintura que solo se entiende a través de ella misma.
Una transformación que encabezan los creadores que, como Malevich, se dieron cuenta de que la naturaleza no existe solo su aspecto visible, sino también en la energía que desprende, aunque sea de forma intangible.
Pero fue este pintor nacido en Kiev (Ucrania) quien más al límite llevó este planteamiento, hasta el punto de que, sumido en una radical experimentación en torno a su cuadrado prototípico, fue abandonado por sus compañeros, cansados de su obsesiva búsqueda de la pureza de formas en obras como Blanco sobre blanco o Cuadrado blanco sobre fondo blanco (1917).
En la senda de la abstracción geométrica y en paralelo al Constructivismo de Rodchenko y Povopa, Malevich fundó el Suprematismo junto al poeta Maiakovski. Un movimiento al que se sumaron los constructivistas mencionados, además de otros como El Lissitzky o Tatlin. Todos ellos perseguidos por el régimen soviético, que se adelantaría a los nazis en aquello de purgar el arte “degenerado”.
Esta exposición del Stedelijk Museum de Ámsterdam es la mayor dedicada a Malevich en los últimos veinte años, con más de 500 obras. Incide en el contexto en que formó su lenguaje único. Malevich abogaba por un arte basado en la “pura sensibilidad plástica”: por pintar lo que solo puede existir en un cuadro. Así, acometía su cuadrado negro sobre el fondo blanco no en unos pocos brochazos gruesos, sino deleitándose en su realización mediante pequeñas pinceladas impresionistas. Para él no se trataba de formas, sino de sensaciones.
Las autoridades soviéticas empezaron a verle como a un irreductible, cuya obra no se podía utilizar con fines propagandísticos. Cerraron el Instituto de Cultura Artística que dirigía. Entonces Malevich viajó a Europa y dejó en manos de un amigo las obras que posee el Stedelijk Museum. De vuelta a la URSS siguió pintando, pero lejos ya del Suprematismo. Retornó al estilo figurativo, que ya no era en apariencia sospechoso. En apariencia. Pues los humanoides sin rostro y a veces sin miembros que pinta hasta su fallecimiento fueron su crítica al régimen soviético, que deportó y condenó a muerte a millones de compatriotas.
Más información: Stedelijk Museum, Ámsterdam
Hasta el 2 de febrero
Aurora Aradra