Una exposición descubre a esta creadora sueca, cuya potente obra acaba de salir a la luz, tras su voluntad de que permaneciera oculta, y plantea la cuestión de si fue esta mística quien inventó la abstracción, antes que Kandisnky
La artista sueca Hilma af Klint murió el mismo día –el 21 de octubre de 1944- que Vasili Kandinsky, quien en 1911 se atribuyó la paternidad del arte abstracto. Tenía 82 años y dejó por escrito, además de un conjunto de 125 cuadernos, la voluntad de que su obra no fuera presentada al público hasta al menos veinte años después. Hilma sentía que antes no sería comprendida.
Hoy, tras abrir cajas que llevaban décadas cerradas y repasar aquellos cuadernos, esta exposición es la primera sobre esta creadora desconocida. Una investigación del millar de obras que realizó permite ahora replantearse esa paternidad de lo abstracto, pues antes que Kandinsky, en 1906, Hilma pintaba ya en este estilo.
Tras pasar por centros tan importantes como el Hamburguer Bahnhof de Berlín o el Moderna Museet de Estocolmo y antes de llegar al Louisiana Museum of Modern Art, en Humlebaek (Dinamarca), esta muestra se detiene en el Museo Picasso de Málaga, con una selección de 214 cuadros que sintetizan la trayectoria de la artista.
Su obra se caracteriza por un vivo cromatismo, el equilibrio en las composiciones, a menudo geométricas, y en muchos casos por el formato monumental. Eso, en cuanto a los aspectos formales, pues si hay algo indisociable al trabajo de Hilma es su misticismo: su indagación en lo trascendental y en las grandes preguntas de todos los tiempos, la esencia del ser o el sentido de la existencia, y ello cuando el arte abstracto, que hizo suyas estas cuestiones, estaba todavía en pañales, a comienzos del siglo XX.
En 1896, Hilma y otras cuatro mujeres formaron ‘Las cinco’ o ‘El grupo de los viernes’, que orientó su trabajo definitivamente en este sentido. En estas reuniones, la artista practicaba la escritura automática (método que años después emplearían los surrealistas) guiada, según decía, por entes invisibles. Aquí aparecen los símbolos, como el caracol o el lirio, que Hilma retomará en su serie central: Cuadros para el templo.
Comprende 193 pinturas, en las que Hilma expresaba la unión entre el mundo espiritual y el terrenal. “Fueron pintadas directamente a través de mí, sin ningún dibujo preliminar, y con gran fuerza. No tenía idea de que se suponía que describían; sin embargo trabajé con rapidez y seguridad, sin cambiar una sola pincelada”, explicaba la artista.
En 1920, cuando el conocimiento de las distintas religiones se populariza, Hilma explora otras corrientes místicas, llegando a la conclusión de todas están basadas en la dualidad, en la división entre opuestos, como bien y mal, orden y caos, la luz y la oscuridad, lo femenino y lo masculino, sin que a su juicio ninguna de ellas pareciera alcanzar esa unidad de la que, según creía ella, todo procede.
Y fue a plasmar esta idea conciliadora de contrarios que consagró su obra, que hoy impresiona por sus formas, su coherencia y su rico simbolismo. Una artista de la que, como indica la comisaria de la muestra Iris Müller-Westermann, “se podría decir que más de cien años atrás pintó para el futuro. Y el futuro es ahora”.
Más información: Museo Picasso de Málaga
Hasta el 9 de febrero
Aurora Aradra