“Humilde y colosal”, así describió Cézanne al pintor y maestro de artistas, considerado como padre del impresionismo, a quien el Museo Thyssen dedica su primera monográfica en España
En los cuadros de Camille Pissarro, decía Émile Zola, “se oyen las voces profundas de la tierra, se adivina la vida poderosa de los árboles”. Considerado como el padre del impresionismo, Pissarro orientó su pintura hacia el paisaje rural. No viró hacia las escenas urbanas hasta el final de su vida, cuando su mala salud le obligó a pintar la vida desde su ventana, de ahí sus innovadoras composiciones, vistas desde arriba hacia abajo.
Volviendo al principio de su carrera, este pintor, que desde Las Antillas se instaló en París en 1855, es el impresionista por excelencia: en 1873 redactó los estatutos de la cooperativa de artistas que inició las exposiciones impresionistas, siendo el único que participó en todas (ocho en total) entre 1874 y 1886. No obstante, su figura ha estado siempre eclipsada por la de Monet.
Esta exposición, la primera monográfica de Pissarro en España (a partir de octubre podrá verse en el CaixaForum de Barcelona), recupera su impronta en el movimiento así como su influencia en el arte moderno. Se exhiben 79 lienzos que se organizan de forma cronológica, de acuerdo a los lugares de residencia del pintor en poblaciones como Louveciennes, Pontoise y Éraguy, escenarios de sus obras.
Es el paisaje, como decimos, el género dominante en la producción de Pissarro, donde plasma, siguiendo la opinión del crítico de la época Théodore Duret, su innato “sentimiento íntimo y profundo de la naturaleza” . Un sentimiento que heredaría Gauguin, discípulo de este maestro de artistas, de quien la pintora Mary Cassatt afirmó que “podría haber enseñado a las piedras a dibujar correctamente”. También Cézanne tenía grandes palabras de elogio para su “humilde y colosal” amigo: “Todos venimos quizá de Pissarro. (…) Fue un padre para mí. Era un hombre al que consultar y algo así como el buen Dios".
Sus escenas rurales están protagonizadas por los trabajadores de los campos. Un motivo destacado es el camino. En muchos de sus cuadros aparecen sinuosos senderos, que podemos utilizar aquí como metáfora de la indagación del pintor en la deriva de la pintura, preocupándose por introducir novedades en su manera de pintar, cambiando su habitual pincelada en forma de coma por el puntillismo de contemporáneos como Seurat.
Esta inmersión en una técnica considerada postimpresionista no satisfizo a Pissarro, que no se sintió cómodo y regresó a la habitual ejecución de sus escenas, ahora ya urbanas. El último tramo de su carrera, entre 1893 y 1903, está dominado por las vistas de ciudades como París, Londres y El Havre, a cuyo puerto había arribado desde América, casi cincuenta años antes, para cambiar para siempre el destino del arte.
Más información: Museo Thyssen-Bornemisza
Hasta el 15 de septiembre
Aurora Aradra