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Biografía

(Creta 1541- Toledo 1614)



Doménikos Theotokópoulos (gr. Δομήνικος Θεοτοκόπουλος) conocido universalmente como El Greco ("El Griego"), fue un pintor, escultor y arquitecto del Renacimiento español, de origen griego y que trabajó sobre todo en España.



No se conocen datos acerca de los comienzos artísticos del Greco, pero todo hace creer que debió iniciarse como pintor en algún taller de su tierra natal. El único documento conocido que registra la presencia del Greco en su país es de 1566, pero la mayoría de los historiadores estima que el pintor había regresado entonces ocasionalmente a Candía, y que su paso a Venecia debe situarse bastante antes, hacia 1560.



En los años sesenta del siglo XVI la pintura veneciana se hallaba en pleno apogeo. Tiziano era el maestro supremo, ya en su gloriosa ancianidad. Tintoretto, Jacopo Bassano y Veronés, junto con otros artistas menores, patentizaban la brillante continuidad de la escuela. Frente a la pintura romana, dependiente del influjo de Miguel Ángel e interesada sobre todo en valores lineales y plásticos, los pintores de Venecia, aunque acogiendo inquietudes manieristas de cuño romano, mantenían como característica principal la primacía del color.
El impacto de la cultura pictórica veneciana fue decisivo para la conformación del estilo del Greco. Consta que fue discípulo de Tiziano, pero también supo estudiar a Tintoretto y a Bassano, todo ello absorbido de manera personalísima. Los comienzos del período veneciano del Greco han dado pie a diversas teorías. Hoy está descartada totalmente la de Willumsen que atribuía a ese momento cuadros, muchos de ellos mediocres, que corresponden en realidad al círculo de Bassano.



Los primeros cuadros de atribución indiscutida que se sitúan en la época veneciana (Estigmatización de san Francisco, Huida a Egipto, Cristo curando al cielo, Expulsión de los mercaders del templo, Adoración de los pastores… manifiestan ya una personalidad singular, en la que se reconocen la inconfundible libertad de fantasía y las extraordinarias dotes pictóricas que irán madurando en su producción posterior.



En 1570 el Greco pasó a Roma. Una carta del miniaturista Giulio Clovio, el primer documento que ofrece una apreciación crítica sobre el Greco, le conceptúa ya en este momento el pintor excepcional y menciona un autorretrato que había asombrado a los pintores romanos.



La maestría del Greco como retratista, que llegará a su ápice en España, está en efecto atestiguada por algunos ejemplares correspondientes a los años setenta. En Roma residió algún tiempo en el palacio Farnesio, y pintó para el cardenal Alejandro Farnesio y para su bibliotecario Fluvio Orsini, pero al parecer, como había ocurrido en Venecia, no consiguió obtener ningún encargo de destino público que extendiera su fama.



Sus obras de composición asignables al período romano acusan la ampliación de su cultura veneciana de base con el estudio de la escultura antigua y de Miguel Ángel. La duración de la etapa romana del Greco no está puntualizada; por lo general, los historiadores se inclinan a creer que, antes de venir a España, volvió a trabajar en Venecia.



El Greco en España



En 1577 El Greco aparece documentado en Toledo, donde había de residir su muerte. No se conocen a ciencia cierta las razones que le indujeron a emprender este viaje; probablemente intervendrían en ella su relativa falta de éxito en Italia y la esperanza de ser empleado por Felipe II en la decoración del Escorial. Se supone asimismo que en Roma debió conocer a Luís de Castilla, cuyo hermano Diego era deán de la catedral de Toledo y estaba encargado de la reconstrucción de la iglesia de Santo Domingo el Antiguo.



Una vez instalado en Toledo, El Greco se impuso en seguida como el pintor más eminente y solicitado de la ciudad. Entre los encargos mayores que recibió hay que destacar El entierro del conde de Orgaz.



La trayectoria del estilo del Greco en España no acusa influjo alguno de otros artistas. Es una evolución cerrada sobre la cultura pictórica de que ya venía dotado al llegar a Toledo, en un proceso de decantación expresiva, de exaltación mística cada vez más irreal y llameante, que alarga y deshilacha las formas, contrae o dilata el espacio, hace restallar los colores.



El manierismo europeo alcanza con El Greco su última y más sublime manifestación en el arte de la pintura.



Hasta el siglo XX la crítica no ha sabido valorar suficientemente la personalidad artística del Greco. Los elogios, a veces muy subidos, que contiene la bibliografía de época anterior se centran en sus retratos y en los aspectos de su pintura más aquietados y vinculados con lo veneciano; pero sus caracteres más diferenciados, su soberbia escalada visionaria, fueron interpretados por lo común como un caso de extravagancia, cuando no de locura. Sólo a finales del siglo XIX se empezó a entrar en una fase crítica más comprensiva de la grandeza del artista.
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