Hace unos meses la llegada a España de la famosa obra Judith decapitando a Holofernes de la
pintora Artemisia Gentileschi abrió una puerta para la
recuperación de este nicho que son las mujeres artistas reconocidas por la Historia.
Caravaggista, excepcionalmente
cualitativa, y poseedora además de la
"invenzione" en una época apenas distante de la que permitió alumbrar a Erasmo de Rotterdam su famosa teoría acerca de la estupidez e inercia de la mujer,
Artemisia desarrolló su pasión como un trabajo. Hoy día está considerada
la primera; pero
no es la única:
Georgia O'Keeffe,
Frida Kahlo,
Sofonisba Anguissola,
Gabrielle d'Estrées,
Sonia Delaunay,
Tamara de Lempicka,
Mary Cassat o
Liubov Popova son sólo la punta del iceberg.
Dejando de lado consideraciones maniqueas respecto a la "ocultación" de la creación femenina en el arte, lo cierto es que no es sorprendente la escasa presencia de las mujeres, como creadoras, en su desarrollo. Si se tiene en cuenta que la mujer ha alcanzado hace relativamente poco tiempo esferas de la vida pública y ámbitos del poder vedados por la propia distribución de los roles mantenida y aceptada durante siglos, es comprensible que no sea prácticamente hasta el s.XX cuando la mujer comience a disfrutar de una posición en el mundo del arte. Ejemplos anteriores existen, si bien su número es tan reducido que se consideran excepciones (nunca en relación a su calidad, sin embargo).
Romana, con un fuerte temperamento artístico y muy bien considerada en su momento, Artemisia Gentileschi recibe el apelativo de la primera pintora conocida de la Historia del Arte que vivió de su talento. Hasta el momento las mujeres dedicadas a esta actividad no se habían visto "abocadas" al arte por necesidad. Anteriores a Gentileschi hay otras, claro está, sin embargo los datos que nos han llegado hasta la actualidad han sido los de una ocupación destinada al esparcimiento o al cultivo "decorativo". De época de la Edad Media conocemos los nombres de un reducido número de mujeres que desarrollaron alguna clase de creación pictórica, si bien la mayoría de éstas eran seglares y su labor la miniatura principalmente, con notables ejemplos como la monja Ende o Teresa Díez, responsable de los murales de la iglesia de Santa Clara de Toro (Zamora). Igualmente existen casos de mujeres artistas en las cortes europeas renacentistas, aunque en estos casos su procedencia noble les eximía de ejercitar el arte como profesión para manutenerse. Esto no implica, sin embargo, que su proyección fuera limitada o sus temas tan prosaicos como la historiografía artística en muchas ocasiones sugiere; tan sólo hay que recordar casos como el de Sofonisba Anguissola, una de las mejores retratistas de Felipe II, o la enigmática Gabrielle d'Esttrées.
Es verdad, sin embargo, que el acceso de las mujeres al mundo del arte y a sus conocimientos estuvo limitado durante muchos siglos: las academias de dibujo no admitieron a la primera mujer hasta bien entrada la Edad Moderna y las que accedían a estos estudios encontraban que determinadas materias les estaban vedadas, como la copia del natural. De este modo, la mayor parte de las artistas en recibir una formación de tipo "profesional" lo hicieron al amparo de talleres familiares, llevados por hombres, o instructores particulares. Es el caso de artistas como Luisa Roldán "La Roldana", Elisabetta Sirani o Lavinia Fontana.
En época neoclásica, y ya antes, con el rococó, con la proliferación de las academias, esta circunstancia empieza a cambiar, y es más frecuente encontrar nombre de pintoras que habrían seguido unos estudios "oficiales": como Marie-Louise-Élisabeth Vigée-Lebrun o Adélaïde Labille Guiard, quien además recibía alumnas, y, de hecho, presionó a la Real Academia de Pintura y Escultura francesa para que admitiera mujeres. En realidad no será hasta el s.XX cuando las mujeres puedan disfrutar de una formación, una independencia, e incluso una fama, parejas a las que durante siglos disfrutaron sus colegas masculinos, aunque en plena época victoriana encontramos mujeres que rompieron la norma, como la impresionista Berthe Morisot, quizá el caso más significativo en el XIX aunque su nombre sea indisociable del de un hombre, Manet (como sucederá con Camillle Claudel, Mary Cassat o tantas otras a lo largo de la historia).
Y el s.XX, por fin, será el de las mujeres en el arte, con ejemplos tan significativos y diversos como Liubov Popova, Sonia Delaunay, Frida Kahlo, Tamara de Lempicka, Annie Liebovitz, Georgia O’Keefe, Natalia Gontcharova, Marie Blanchard o Remedios Varo, entre muchas otras que aún aguardan su turno para ingresar en los anales de la Historia del Arte.