Su nombre es iconoclastia y su génesis se vincula con la idea religiosa que concibe la sustitución del objeto por la representación o icono (en este caso de la divinidad) como una idolatría u ofensa. A pesar de que sus orígenes se remontan a la época bizantina -en el mundo occidental- en nuestra modernidad más reciente han existido artistas que, como Malevich, han empleado esta teoría de pensamiento, fundamentando con su reacción las bases de nuevas corrientes artísticas.
Los iconoclastas consideran una falta para Dios la veneración de su imagen, puesto que si éste es omnipresente su representación física en objeto limita esta cualidad y la heretiza, y, en el caso más extremo, incluso pueden llegar a la destrucción de las imágenes religiosas. El primer caso de iconoclastia presente en la historia del arte se remonta al dictamen del emperador bizantino León III quien, en un arranque de ortodoxia extrema en el s.VIII, prohibió el culto a las imágenes religiosas, mandando eliminar todos los iconos cristianos. No será hasta un siglo después cuando Teodora (esposa del emperador Teófilo) acabe con la lucha entre detractores y partidarios de las representaciones, posicionándose a favor de estos últimos (los llamados iconódulos).
No es el único caso, ya en el Corán es posible encontrar directrices que alertan contra la representación y veneración de figuras humanas en las mezquitas; elementos que han sido sustituidos con profusión en el arte islámico por una barroca decoración compuesta por formas geométricas.
Y ya en pleno s.XX encontramos iconoclastas como Malevich quien sustituirá el componente habitual de una manifestación típica en la cultura rusa, el icono, por una superficie de color blanco, en señal de protesta y como forma de dar a entender que, puestos a ejercer la representación, frente a ésta sería posible venerar cualquier cosa imaginable a la que la abstracción remita en cada caso (crea sus propios códigos, considerándolos tan válidos como los anteriores).